Imaginate un auditorio lleno de personas en un concurso escolar de narrativa. Vos parado en el escenario. Tenes 15 años. Tenes puesto un uniforme gris muy pesado de “mejor alumno”. Estás por comenzar a dar tu discurso.
El uniforme gris que tenes puesto es muy pesado, pero te queda cómodo. Te hace sentir querido y considerado. Te pesa, pero sacártelo es correr el riesgo de desaparecer.
Tenes que hacer honor al uniforme y dar el mejor discurso. Pero sentís que no tenes nada brillante que decir. Y entonces pedís ayuda a quien siempre te dice cómo deben ser las cosas: tu papá. Y tu papá no te ayuda, sino que te arma el discurso que tenes que decir para “ser” brillante. No son tus palabras. No son tus colores. Son palabras que te dictó otro y que vos obedientemente aprendiste de memoria y vas a recitar para no desilusionar a nadie. Para seguir existiendo. Para que te vean. Para valer.
Y obedientemente arrancas a decir el discurso que armó tu papá: “Allá en la lontananza ….” Ni siquiera conocías la palabra “lontananza” … pero la dijiste … y fue la última … de pronto te quedaste a oscuras … te apagaste completamente … Y te bajaste del escenario … en silencio ….
Esa adolescente de 15 años era yo … esa es mi historia … una historia que olvidé por completo hasta hace poco tiempo … y quizás la recordé cuando comencé a escribir mi propia historia … cuando por fin pude sacarme el uniforme gris de mejor alumna y comencé a buscar mis propios colores …
Y lejos de lo que pensaba, sacarme el uniforme me hizo visible y humana como una persona que tiene voz propia.
Contar esta parte de mi historia quizás contribuya a que otros también se animen a sacarse los uniformes que tengan puestos y animarse a volar con las alas del alma desplegadas al viento como canta Julia Zenko …
Imaginate un auditorio lleno de gente … Imaginate que estás en el escenario .. sos vos … es ahora … ¿qué uniforme tenes puesto?
¡Lindo martes!
Abrazo
Andrea